De nuevo un magnífico relato breve del escritor. En él Zweig narra un encuentro, en el que la memoria le jugará una mala pasada hasta el momento en que reconoce a Jacob Mendel, un excéntrico librero apasionado por su profesión, cuyos conocimientos y "olfato" le llevan a encontrar los ejemplares más raros y singulares que se puedan imaginar.Mendel pasa sus horas en un carismático café de la antigua Viena , situado en el centro de la ciudad, en cuyo interior se refugiaba cada día "gente normal que consumía más periódicos que bollería".
Una injusta acusación llevará a Mendel a un campo de concentración. A su vuelta, no dudará en refugiarse de nuevo en el café Gluck de donde será expulsado por su nuevo dueño ante los ojos absortos del narrador de la historia, un hombre que lo había conocido en sus mejores momentos en que su pasión por los libros le hacía completamente feliz.
El relato es una oda a la lectura, un homenaje a los lectores que se acercan a la literatura con veneración y un profundo respeto.
" Pues así como un niño cae en el sueño y se olvida del mundo por medio de ese rítmico vaivén hipnotizador, también el espíritu, su opinión de aquellos devotos, se sume de manera fácil en la gracia de la abstracción gracias a ese oscilar y columpiarse del cuerpo ocioso".
Mendel, el de los libros, nos habla de alguien que no espera nada del mundo, sentado en su café , su mundo- el Gluck, un café secundario situado en los arrabales la ciudad, donde el mismo vive una vida secundaria o periférica-, sustituyendolo con los títulos y los libros de los que todo sabe- aunque quizás desconozca su alma: su saber es un no saber, el libro como objeto o artilugio, algo a lo que agarrarse en un mundo que está fuera, fuera del café ( su refugio, su mesa impoluta, que durante más de treinta años habitará en un mismo orden, en un mismo tiempo), fuera del mundo.
ResponderEliminarPero el mundo no está fuera de él que lo contiene. Como contiene al café y a los millones de personas inconscientes en su zozobra y en su vulgaridad desatada, su deseo furibundo, su masticar novedades- la lectura de miles de periódicos- que les hagan olvidar la nada de sus vidas anodinas y normales.
Tan sólo Mendel tiene esa diferencia, esa anomalía, saber todo, no sobre los hechos, sobre el mundo, sino sobre los libros- unos libros y un mundo sin alma-.
El mundo, en ese final esplendido-pasados los años- tiene una cita con los seres inocentes- y Mendel el más inocente, en el doble sentido de la palabra ( ignorante y bueno), de todos- : el viejo café, el viejo mundo ( retratado y añorado en "El mundo de ayer" por el propio Zweig) han cambiado. Un mundo mecánico y sin alma, que entiende ya sólo de cosas, y no de seres humanos - con sus vidas y sus pequeños defectos- o de viejas costumbres, lo ha sustituido.
Mendel, solitario, a la deriva, un hombre fuera del mundo, vive ese drama personal del que nada sabríamos sin el testimonio de quien lo conoció en su esplendor, en sus buenos tiempos- moviendo la cabeza delante y atrás como rezando, como haciendo un ritual, mientras leía sus libros-, ahora en la sombra.
ResponderEliminarLo mejor de la novela- o narración- esa descripción del viejo mundo, los cafés de Viena, el halo de la ciudad que respira en sus páginas- Stefan Zweig es en ello un maestro-, y el final, sin dudas- el final de una vida y de un mundo.
Un libro entrañable, magníficamente escrito, agudo y pertinaz, como todos los de Zweig.
Un homenaje también a los libros, que nos defienden de las furias - el dolor y todas las pasiones humanas- y del "inexorable reverso de toda existencia:la fugacidad y el olvido"- como bellamente dice al final. En ello estamos.