La fuerza expresiva del comienzo de la novela: "No he querido saber pero he sabido..." concentra la esencia del secreto, presentido desde los tiempos inmemoriales de la infancia; un secreto que Juan, el protagonista, quiere y no quiere conocer, al que a veces se aproxima y otras se aleja, por la simple razón del impacto que intuye que su conocimiento tendrá en su vida. El secreto pertenece a su padre, Ranz, un hombre que antes de casarse con la madre de Juan , vivió en Cuba durante unos años, y sólo después de esa vida breve, él " tuvo la posibilidad de nacer" . Ahora, recién casado con Luisa con la que comparte la profesión de intérprete, duda y reflexiona mientras todos los presentimientos de desastre caen sobre sus espaldas; precisamente por ese "secreto" que no ha querido nunca saber.
El peso de los otros sobre la propia vida, de los errores ajenos que resuenan irremisiblemente sobre los nuestros y la vida de los otros que transcurre lentamente, observada desde nuestro ángulo de visión y desde el filtro de nuestras experiencias, realidades y circunstancias. En este caso, desde el punto de vista del intérprete, Juan, quien a través del lenguaje interpreta la realidad a su "modus vivendi".
El miedo a profundizar en la relación con el otro, a que aniquile nuestro paraiso secreto, nuestro propio "yo", confluye en la novela a través de los sentimientos del protagonista, parapetados por la interpretación de la realidad. Mientras, el "canturreo" de las mujeres afortunadas de todos los tiempos acompaña la existencia de los hombres.Marías hace uso en la novela de un tiempo lento y un estilo vacilante, en el que abundan las repeticiones, adecuadas a las múltiples divagaciones de los personajes y a su continúa conjetura sobre la realidad, sobre las relaciones, el amor y el matrimonio. Un intencionado guiño shakesperiano a Lady Macbeth con " las manos manchadas de sangre y el corazón tan blanco", constata la vena anglosajona que caracteriza sus novelas.
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